El “aprendizaje científico”, en el que se aplican los conocimientos de la neurología en la educación, ha beneficiado a más de dos millones de niños en 40 países.
Ian Creese es psicólogo de la Universidad de Cambridge. En la actualidad es investigador de la U. de Rutgers.
Perro viejo no aprende trucos nuevos. Eso decían los abuelos y esa fue la idea que defendieron a lo largo del siglo XX buena parte de los psicólogos y neurólogos. En todos los libros de medicina se planteaba que las personas nacían con un número determinado de neuronas que a lo largo de la vida iban muriendo.
Mientras saborea la segunda taza de café colombiano, el neuropsicólogo Ian Creese dice que por suerte las cosas comenzaron a cambiar hacia los años 70. Por aquella época, cuando él adelantaba un doctorado en la Universidad de Cambridge, aparecieron las primeras pruebas de que el cerebro era un órgano bastante más maleable y dinámico de lo que se creía.
Aunque los estudios de Creese se enfocaban en los neurotransmisores, sustancias químicas que sirven de mensajeras entre las neuronas y su papel en enfermedades como la esquizofrenia, seguía muy de cerca los avances en otras áreas de la neurología. Por ejemplo, estaba al tanto de lo que sucedía en la Universidad de California, donde Michael Merzenich, quien había inventado el implante coclear, dedicaba sus energías a demostrar cómo cambiaba el cerebro cada vez que aprendía una nueva tarea.
Tampoco era ajeno a lo que en la misma Universidad de Cambridge investigaba Paula Tallal. La joven estudiante de psicología experimental, y que con los años se convertiría en su esposa, comprobaba que los problemas de aprendizaje de muchos niños estaban relacionados no con una menor capacidad mental sino con un problema auditivo. Tallal desarrolló con ayuda de un sintetizador de sonidos un método para mejorar las habilidades lingüísticas de los pequeños.
En una conferencia en 1993, en la que coincidieron Paula Tallal, Michael Merzenich y otro neurocientífico, Bill Jenkins, surgió la idea de crear un software para entrenar cerebros. El programa se bautizó Circus Sequence. La motivación no era otra que poner al servicio de la educación los nuevos conocimientos sobre el cerebro que surgían en los laboratorios. Más adelante crearían la empresa Scientific Learning.
Tras los primeros experimentos con niños en la Universidad de Rutgers salieron a flote las ventajas. Cuando los resultados se socializaron en la revista Science en 1995 y el New York Times publicó una reseña del trabajo de estos investigadores, los teléfonos de la Universidad de Rutgers colapsaron. Más de 20.000 personas llamaron solicitando información.
Ian Creese, quien no abandona sus investigaciones en enfermedades mentales, esquizofrenia y Alzheimer, comparte con su esposa Tallal el interés por aplicar nuevos conocimientos de las neurociencias a los salones de clase. Esta semana visitó Bogotá invitado por la empresa Brain Fitters y dictó una conferencia sobre “aprendizaje científico” en el Colegio Nueva Granada.
¿Qué descubrimientos en neurología podrían ayudar a los maestros a mejorar la enseñanza?
Enfatizaría en tres cosas. Primero, que ahora entendemos mejor el desarrollo normal del cerebro en los niños. Sabemos que hasta los últimos años de la adolescencia, hasta los 21 ó 22, el cerebro está continuamente madurando. Que la corteza prefrontal responsable de tareas como tomar decisiones es muy inmadura hasta esa época. La segunda área importante es entender la plasticidad del cerebro, qué tanto puede cambiar. Creo que la gente no aprecia los cambios que se pueden producir. Los humanos podemos construir nuevas memorias toda la vida y aprender nuevas tareas. Se ha demostrado que en ciertas áreas del cerebro se forman nuevas neuronas y muchas cosas pueden afectar ese proceso, sobre todo el estrés. La tercera cosa es que se debe controlar el nivel de dificultad de la tarea según el individuo.
¿Pero cómo aplicar eso a la enseñanza?
Para aprender una nueva tarea es importante repetirla una vez tras otra, recibir retroalimentación cuando se hace bien y medir el nivel de dificultad según cada persona, en otras palabras, individualizar la educación.
¿A qué se refiere con la neuroplasticidad?
Es la capacidad de adaptación. En el cerebro tenemos zonas especializadas en distintas tareas, pero sabemos, por ejemplo, que si uno queda ciego, parte de la corteza visual puede comenzar a asumir tareas de la corteza auditiva. Esto significa que si un niño tiene problemas con la lectura podemos aprovechar esa neuroplasticidad para ayudarlo.
¿Se pueden reprogramar los cerebros de los niños con dificultades de aprendizaje?
La cuestión es que la mayoría de niños con dificultades de lectura tienen un problema no con la visión sino con la decodificación de los sonidos. Puedes utilizar sintetizadores de sonidos para que los niños aprendan a distinguir gradualmente un sonido de otro.
Hoy se habla mucho de la educación en la primera infancia. ¿Por qué es tan importante?
Un bebé empieza con nada y al año ya ha aprendido un número de palabras en su idioma materno. Estamos comenzando a entender cómo lo hacen. Por ejemplo, en español hay sonidos que no tenemos en inglés. La b y la p son diferentes. Cuando un bebé nace tiene la posibilidad de discriminar todos los sonidos, pero durante los primeros meses restringe lo que puede escuchar. Se refuerzan unos sonidos y va perdiendo la posibilidad de distinguir otros.
¿Cree que los fármacos para potenciar habilidades cerebrales son un camino seguro?
Creo que ensayaremos muchas cosas y mostrarán beneficios. Pero todas las drogas tienen efectos adversos porque ninguna es específica. Todos los neurotransmisores son compartidos por diferentes áreas, así que si necesitas mejorar un área vas a influir en otras.
¿En el éxito académico qué porcentaje se debe a genética, a cultura y a la educación?
La respuesta es que cualquiera se puede beneficiar de un buen ambiente sin importar su genética. El ambiente es determinante para que cada uno desarrolle sus mejores habilidades. Y para hacer eso debes individualizar la enseñanza. Eso es lo más importante. Diría que porque no optimizamos los escenarios de aprendizaje no llevamos a los estudiantes a su máximo potencial.
Más allá de los logros académicos muchos problemas se relacionan con la educación emocional...
Es un tema muy crítico. Porque si un estudiante no tiene un buen desempeño, se deprime, se avergüenza. En las prisiones para adolescentes más del 50% tienen problemas de aprendizaje que podrían ser tratados para evitar consecuencias en su comportamiento.
¿Quiere decir que la competencia entre estudiantes no es buena?
El conocimiento se construye por pequeños pasos. Recompensar hacia el final del año escolar incrementa la motivación, pero no refuerza el proceso de aprendizaje de cada persona.
Pero individualizar la educación es muy costoso.
El aprendizaje científico (scientific learning) es caro pero puede imaginar que en el futuro, cuando se desarrollen más los programas, se podrá optimizar. Y serán más económicos y disponibles por internet.
¿Cómo le va en exámenes a los estudiantes que tienen el método?
Cerca de dos millones de niños lo han usado en 6.000 escuelas y se han visto los beneficios en diferentes estudios.
¿Qué es exactamente lo que se aprenden con ‘scientific learning’?
Hay muchos programas. Toda una serie. Uno se enfoca en los procesos del área temporal del cerebro, para discriminar los sonidos y aumentar el nivel para detectar ciertas frecuencias. Hay una serie para formar el cerebro en diferentes etapas. Unos sirven para desarrollar una segunda lengua. Todos usan los mismos principios de repetición, adaptación individual, refuerzo y gratificación.
La gente suele decir que usamos sólo el 5% de nuestro cerebro. ¿Hay algo de verdad en esta afirmación?
(Risas) Usamos todo el cerebro todo el tiempo.
¿Qué tanto sabemos del cerebro?
Cuanto más aprendemos más cuenta nos damos de lo poco que sabemos. Diría que toda la próxima generación de neurocientíficos tendrá trabajo.
Si tuviera en sus manos el cerebro de Albert Einstein, ¿qué cree que hallaría?
Nunca encontraríamos nada distinto porque las conexiones entre las neuronas, que se ven tan estáticas en los libros, en realidad son dinámicas. La complejidad de esas interacciones es enorme.
Pablo Correa EL ESPECTADOR